Hagamos que nuestra principal prioridad sea seguir el camino correcto (o recto) –el camino de la verdad– en consonancia con la santidad de Dios. Qué triste es ver a cristianos profesantes, e incluso a verdaderos creyentes, abandonar el camino correcto. Esta desviación comenzó en los primeros tiempos de la Iglesia, impulsada por el amor al dinero, una forma de idolatría. Las personas abandonaron el camino correcto al adoptar enseñanzas erróneas, negando la Trinidad, el nacimiento virginal, la resurrección física del Señor Jesús y su segunda venida. Estos pilares de la fe cristiana están constantemente bajo ataque. Sin embargo, nosotros somos responsables de guardar y sostener la verdad que hemos recibido. Muchas personas profesan estas verdades solo de forma intelectual; pero deben ser abrazadas por la fe. Pedro escribió acerca de los tales: “Mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 P. 2:21-22). Este pasaje retrata la apostasía de quienes, teniendo conocimiento del cristianismo, se alejaron de él para volver al judaísmo o a sus falsificaciones.
Judas también nos exhorta acerca de la urgente necesidad de contender ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos (Jud. 3). Esta fe es atacada por aquellos que afirman: 1. Que los esfuerzos humanos son suficientemente buenos; 2. Que no se necesita un sacrificio por el pecado; 3. Que ellos hablan en nombre de Dios. ¡Ay de ellos, pues solo buscan sus propios intereses! “¡Ay de ellos! porque han seguido el camino de Caín, y se lanzaron por lucro en el error de Balaam, y perecieron en la contradicción de Coré” (Jud. 11).