Pablo había escrito la carta correctiva que conocemos como 1 Corintios con profunda aflicción, angustia de corazón y muchas lágrimas. Tiempo después, envió a Tito –uno de sus fieles colaboradores en la obra del Señor– a Corinto, con el propósito de conocer cómo había sido recibida su carta. En su segunda Epístola, Pablo relata cómo aguardaba con gran inquietud noticias de Tito en Troas. Al no encontrarlo allí, decidió continuar su viaje hacia Macedonia (véase 2 Co. 2:12-13).
Ya en Macedonia, se hallaba abatido, rodeado de conflictos externos y asediado por temores internos. Sin embargo, en medio de esta carga, Dios lo consoló con la llegada de Tito y alentador informe que traía consigo. Dios había animado y utilizado a este joven hermano
Dios había animado y utilizado a este joven hermano –encomendado con una misión particularmente difícil. No es cosa menor, ni entonces ni ahora, que un hermano de otra localidad sea enviado a ayudar en medio de una situación difícil en una iglesia local. Quien vaya con confianza en sí mismo, pronto demostrará su inutilidad para ser de verdadera ayuda.
El Señor había usado la carta de Pablo para producir en los creyentes de Corinto una tristeza piadosa, la cual los condujo al arrepentimiento. Esa tristeza según Dios había dado fruto: diligencia, pureza, indignación, temor y un vehemente deseo de hacer lo correcto. Pablo podía ahora declarar que estaban limpios en cuanto a ese asunto. Ahora se alegraba con Tito, apreciando así la actitud de la iglesia de Corinto. La obediencia de ellos a la Palabra y la manera en que recibieron a Tito hizo que el amor de Pablo por ellos aumentara aún más.