¡Qué insondable profundidad hay en el misterio de la cruz! ¡Qué verdades convergen en ella! ¡Qué rayos de luz emanaron de aquella cruz! ¡Qué revelación de corazones nos muestra: el corazón del hombre hacia Dios, el corazón de Dios hacia el hombre, y el corazón de Cristo hacia Dios! Todo esto lo encontramos en la cruz. Allí podemos contemplar a Aquel que estuvo colgado entre dos malhechores –un espectáculo para el cielo, la tierra y el infierno– y ver la medida perfecta de todos y de todo en la totalidad del universo de Dios.
¿Queremos conocer la medida del corazón de Dios, su amor por nosotros y su odio por el pecado? Debemos mirar a la cruz. ¿Anhelamos comprender la medida del corazón humano, su verdadera condición, su rechazo a todo lo divinamente bueno y su amor innato por todo lo enteramente malo? Debemos mirar a la cruz.
¿Queremos conocer lo que es el mundo, el pecado y Satanás? Debemos mirar a la cruz. Sin duda, nada es comparable con ella. Contemplemos más profundamente esta cruz. Este será nuestro tema durante los siglos eternos. ¡Que este tema llene cada vez más nuestros corazones! ¡Que el Espíritu Santo guíe nuestras almas a las profundidades vivas de la cruz, para quedar absortos en Aquel que fue clavado en ella, y ser así liberados del mundo que lo colgó allí! ¡Que la verdadera expresión de nuestros corazones sea siempre: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo”! ¡Que Dios nos lo otorgue por Jesucristo!