Cristo nos ha sido hecho sabiduría de Dios. ¿Qué clase de sabiduría? Sabiduría divina. ¿Cómo podría Dios amar a alguien como yo? Esa es precisamente la sabiduría de Cristo. Cuando Cristo es hecho sabiduría para mí, ya no necesito apoyarme en mi propia sabiduría; puedo aprender de él con la humildad de un niño. ¿En qué sentido él fue sabiduría? Descendió hasta donde reinaba la muerte y obtuvo victoria sobre ella. El mundo pecó contra Dios, y él, movido por misericordia, entró en ese mismo mundo. Eso es sabiduría. Aunque la maldad persiste en este mundo, Dios la soporta con paciencia. ¿Por qué? Porque está salvando a los pecadores por medio de Cristo el Señor: tal es la sabiduría de Dios.
La justicia que recibimos no es otra que la justicia perfecta de Dios. En Cristo, no solo encuentro sabiduría que me da paz, sino una justicia sin mancha, sin defecto. Y, por su gracia, también me es hecha la santificación. Todo lo que implica la nueva vida –su medida, su poder, su consagración– está en Cristo. No como Israel –que fue apartado por la circuncisión y el paso por el Mar Rojo–, sino en Cristo mismo. Cristo es la clave que da sentido al rompecabezas de este mundo. Por él, ya no tengo que temblar de terror ante Dios. Ahora puedo gloriarme en él y adorar con gozo a Aquel que es todo lo que necesito. Cuanto más medito en él, más perfecto y maravilloso me parece.
Él es un Salvador completo, y por eso aprendemos que él nos ha sido hecho redención. Esto aparta por completo el poder del mal y la muerte. Si bien esperamos la redención del cuerpo, ya poseemos la redención en Aquel que es nuestra Cabeza, Cristo. Y el fruto de esa redención lo aguardamos con certeza. ¿Por qué esperamos? Porque es el tiempo de su paciencia. Pero ahora, en el más alto y profundo sentido, ya hemos sido redimidos para él.