El Señor está cerca: Sábado 10 Octubre
Sábado
10
Octubre
Y cantaban:… Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles… Y desde aquel día Saúl no miró con buenos ojos a David.
1 Samuel 18:7, 9
La ingratitud del rey Saúl

Israel le debía todo a David. Los filisteos no solo amenazaban con apoderarse de sus tierras y riquezas, sino con esclavizar por completo a hombres, mujeres y niños. Saúl no podía liberarlos –ni Jonatán ni Abner eran capaces de revertir la situación–, y el pueblo estaba al borde de la desesperación. Entonces apareció David. Arriesgando su vida, él venció al gran enemigo y liberó al pueblo de su poder. Era sin duda el único en todo el reino con verdadero derecho a reinar, y la conciencia de Saúl lo sabía. Pero en su orgullo egoísta se negó a rendirse a David. Saúl se consideraba el primero en sus propios pensamientos, y odiaba a David porque sabía que David debía ocupar ese lugar.

Sin embargo, David no sufrió en la batalla que libró por Israel; protegido por la poderosa mano del Señor, salió ileso, sin una sola herida. Qué distinto fue el caso de nuestro Señor Jesucristo, quien vino para liberar a la humanidad. Su apariencia fue desfigurada más que la de cualquier hombre, y su rostro más que el de los hijos de los hombres. Sus manos y sus pies fueron traspasados, clavados en el madero. Todo dolor se concentró en él, y bebió hasta el fondo la copa amarga de la muerte. Él obtuvo una liberación eterna para los pecadores –una liberación del poder de Satanás, del temor a la muerte y del infierno–, a un costo incalculable para sí mismo.

¡Qué vil es la ingratitud que se niega a amarlo! ¡Qué pecaminoso es el egoísmo que no se rinde ante él! ¡Qué terrible el orgullo que rehúsa recibir la bendición de Dios mediante un Cristo crucificado! Dios ofrece bendición –grande y gratuita– por medio de la muerte del Señor Jesús. Pero nadie la recibirá sin antes rendirse ante él. Rechazarlo, negarse a amarlo, es rebelión abierta contra Dios, y esa rebelión no quedará sin respuesta. ¡Ay! «Todo de mí, y nada de Dios» –ésta es la respuesta que miles siguen dando a las justas demandas de Cristo.

J. T. Mawson