El Señor está cerca: Domingo 4 Octubre
Domingo
4
Octubre
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Salmo 22:1, 3
Cristo desamparado por Dios

Este salmo es, por excelencia, el salmo de Aquel que fue desamparado por Dios. En esto él es único. No significa que otros salmos no hagan referencia a la hora solemne de la cruz o a la bendita Persona que se dirige aquí a Dios, sino que este salmo nos habla de ello más que todos los demás.

Aquí encontramos no solo al Señor tomando lugar entre los hombres –como Aquel que confiaba en Dios, según describe el salmo 16, con inquebrantable confianza, mirando a la resurrección a través de la muerte y a la gloria a la diestra de Dios– sino que hallamos también un contraste. Es desamparado de Dios, pero se aferra tenazmente a él y lo reivindica plenamente. No son sus enemigos quienes afirman ahora que sea desamparado por Dios, aunque lo hayan dicho también, sino el Señor mismo quien lo dice a Dios.

Jamás hubo semejante hora para Jesús, ni podrá haber nunca otra igual. El bien y el mal, en esa hora, fueron puestos frente a frente en la única persona que podía resolver el enigma. Ambos se encontraron en Aquel que era perfectamente bueno y que, no obstante, cargaba el mal de parte de Dios: era el momento de la expiación. Este pensamiento, aunque profundo, no es el único que encontramos en este salmo: Jesús hecho pecado es el primer y más esencial concepto. Dios estaba allí –no podía no estar– ya que era el juez del pecado, el que hizo que su Hijo, quien no conoció pecado, fuese hecho pecado por nosotros.

Dios estaba allí, no solo como Aquel que aprobaba lo bueno, sino como Juez de todo el mal puesto sobre la bendita cabeza del Señor en la cruz. Era Dios desamparando al Siervo fiel y obediente; sin embargo, era su Dios –esto no debía ni podía jamás olvidarse. Al contrario, aun allí lo proclama diciendo: “Dios mío, Dios mío”. Pero debe agregar entonces: “¿Por qué me has desamparado?” En ese momento, y solo entonces, Dios desamparó a su Siervo fiel, al hombre Cristo Jesús. Nos inclinamos ante este misterio de los misterios en su Persona: Dios manifestado en carne.

W. Kelly