De esta manera tan sencilla, por la gracia de Dios, se mantiene vivo en la tierra un testimonio permanente a favor de la verdad: los amados del Señor deben transmitir a sus hijos el testimonio del Evangelio y del pacto, y estos, a su vez, a sus propios descendientes. Este es nuestro primer deber. El hogar es el punto de partida: quien no comienza su ministerio en casa, no es un buen predicador. Ciertamente, debemos alcanzar a los paganos por todos los medios, y recorrer caminos y vallados en busca de almas; pero la familia tiene prioridad. ¡Ay de aquel que invierte el orden establecido por el Señor!
Enseñar a nuestros hijos es un deber personal e intransferible. No podemos delegarlo a los maestros de escuela dominical ni a otros colaboradores bien dispuestos. Ellos pueden ayudarnos, pero no sustituirnos. Los padrinos o patrocinadores religiosos no reemplazan el llamado divino: son un recurso artificial cuando se trata de la fe. Padres y madres deben seguir el ejemplo de Abraham, guiando sus hogares en el temor del Señor y hablando con sus hijos de las maravillas del Altísimo. Esta labor es además un deber natural. ¿Quién está mejor capacitado para velar por el bienestar espiritual de un niño que aquellos a quienes debe su existencia? Descuidar la instrucción espiritual de nuestros hijos es peor que una falta de sabiduría: es una forma de crueldad moral.
La religión familiar es vital para la nación, para la familia misma y para la Iglesia de Dios. En nuestros días, la falsa religión avanza con sutileza y poder, infiltrándose por múltiples caminos. Y, sin embargo, uno de los medios más eficaces para resistir su avance se descuida: la enseñanza de la fe a los niños. ¡Ojalá los padres despertaran al sentido de la responsabilidad que tienen delante de Dios! Es un deber alegre el hablarles de Jesús a nuestros hijos. Y aún más, es una labor que a menudo ha sido honrada por Dios. Muchos niños han sido llevados a Cristo por medio de las oraciones y exhortaciones fieles de sus padres. Que cada hogar al que lleguen estas palabras honre al Señor y reciba su sonrisa de aprobación.