El Señor está cerca: Domingo 11 Octubre
Domingo
11
Octubre
Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.
Juan 12:31-33
Tres resultados de la muerte de Cristo

En estas palabras concisas y proféticas, el Señor Jesús anunció que, como consecuencia de su muerte en la cruz, se producirían tres resultados trascendentales.

1. “Ahora es el juicio de este mundo”. En su venida, Jesús fue la Luz del mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz. Dios había enviado antes a muchos siervos en busca del fruto de Su obra, tan abundante y generosa, pero todos fueron maltratados. Finalmente, envió a su Hijo amado, diciendo: “Tendrán respeto a mi hijo. Mas aquellos labradores dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y la heredad será nuestra. Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña” (Mr. 12:6-8). El mundo ha sido juzgado y hallado culpable: rechazó y crucificó al Hijo de Dios.

2. “Ahora el príncipe de este mundo será echado fuera”. Este usurpador, que desde el principio ha procurado frustrar los designios de Dios, que instigó al pueblo a crucificar al bendito Hijo de Dios, que ha cegado los ojos de la humanidad para que no vean ni les ilumine la luz del evangelio y sean salvos, será finalmente vencido. Su destino está sellado: el lago de fuego que arde con fuego y azufre será su fin.

3. “Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”. La muerte de Cristo tiene un poder vicario y atrayente con el que puede atraer a los hombres hacia Él. Conmovido por su grandeza, un autor de himnos escribió: «Aunque el mundo desprecie la cruz de Jesús, para mí tiene suma atracción». Aún hoy, la voz del Salvador resuena con poder: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra, porque yo soy Dios, y no hay más” (Is. 45:22).

Richard A. Barnett
Cuando enclavado allá en el Calvario, manso vertías tu sangre ¡oh Jesús!
A nuestras almas, que son tu salario, cual un imán atraía tu cruz.

M. Cosidó