Cuando el apóstol Pablo –bajo inspiración divina– le escribió una carta a Tito, uno de sus fieles colaboradores, él lo saludó como “verdadero hijo en la común fe”. Esta expresión es una clara indicación de que Tito había llegado a conocer personalmente al Señor Jesucristo como Salvador y Señor a través del ministerio del propio apóstol Pablo.
En Hechos 15, leemos cómo Pablo y Bernabé subieron a Jerusalén a causa de una controversia doctrinal. Algunos maestros judaizantes habían llegado a Antioquía enseñando que, además de creer en el Señor Jesús, era necesario circuncidarse y guardar la Ley de Moisés para ser salvos. Pablo y Bernabé se opusieron con firmeza a esta enseñanza, y junto con otros hermanos de la iglesia de Antioquía, fueron enviados a Jerusalén para tratar la cuestión con los apóstoles y los ancianos. Más adelante, Pablo enfatiza, en la Epístola a los Gálatas, que él subió a Jerusalén “según una revelación”.
Deliberadamente, Pablo llevó consigo a Tito, un creyente gentil. Con esto, presentó un caso de prueba: ¿Sería necesario que Tito se circuncidara y guardara la Ley para ser aceptado como cristiano? Algunos creyentes procedentes de la secta de los fariseos lo consideraban indispensable. Millones de creyentes a lo largo de la historia han estado profundamente agradecidos por la dirección clara que el Espíritu Santo proporcionó en ese momento crucial y por la conclusión a la que se llegó. Quedó establecido, sin lugar a dudas, que no es necesario añadir absolutamente nada a la fe en la obra consumada del Señor Jesús para que una persona sea salva. La salvación es únicamente por gracia, mediante la fe.