El primer versículo de esta porción está dirigido a los “hijos”, no a los “hijitos” (véase NBLA y comparar). Es una declaración general que precede a las distinciones entre los tres grupos descritos más adelante. En primer lugar, se afirma un hecho glorioso y fundamental para todo creyente: el perdón eterno de los pecados. Este perdón es definitivo, irrevocable y no se basa en méritos humanos, sino que es concedido “por el nombre de Cristo”. Este perdón nunca perderá su poder. Sin embargo, hay diferentes etapas de crecimiento espiritual, las cuales son mencionadas a continuación.
Comenzamos con los “hijitos”, en quienes se destaca una experiencia temprana y preciosa: “Habéis conocido al Padre”. Aquí se resalta la relación vital e íntima con Dios, quien es conocido en su amor tierno, su verdad y su gracia. Para el alma que ha nacido de nuevo, Dios se vuelve accesible y absolutamente necesario. Hay en esta etapa una frescura especial, una alegría pura en la sencillez de la fe de un niño.
El segundo grupo es el de los “jóvenes”, de quienes se dice que han “vencido al maligno”. Esto implica un conocimiento enérgico que ha aprendido a discernir y rechazar los sutiles esfuerzos de Satanás, quien busca falsificar la bendita doctrina de Cristo. Los “jóvenes” muestran su energía y progreso, el cual se manifiesta en este poder efectivo sobre el poder del enemigo.
Finalmente vemos a los “padres”, quienes han conocido “al que es desde el principio”. Con el enemigo vencido, han alcanzado la madurez de una vida de paz y tranquilidad, alimentada por el conocimiento de Cristo. El alma de los “padres” se caracteriza por la dignidad y la sabiduría, cualidades que han adquirido por el pleno conocimiento de Cristo, en toda la bendita manifestación de su gloria que es “desde el principio”.