De todos los que entraron en contacto con nuestro Señor durante su ministerio, quizá ninguno presenta un final tan triste como el “joven rico”. Había tantos indicios prometedores al comienzo de su historia, que todo parecía anticipar un futuro brillante como discípulo de Cristo. Sin embargo, al final “se fue triste”. Incluso si en el fondo era creyente, él se perdió la bendición de la compañía de Cristo en medio de su pueblo, y fracasó como testigo suyo en el mundo.
Este joven poseía muchas cualidades admirables. Era fervoroso: corrió hacia el Señor y se arrodilló ante él; anhelaba bendiciones espirituales; y su conducta externa era irreprochable. Estas cualidades resultaban atractivas, y “Jesús, mirándole, le amó”. Sin embargo, a pesar de estas excelentes cualidades, el Señor discernió que le faltaba “una cosa”.
Para sacar a la luz aquello que le faltaba, el Señor le planteó tres pruebas: Primero, fue probado con respecto a sus posesiones terrenales. Segundo, con respecto a la cruz. Y tercero, con respecto a una Persona: el Cristo rechazado.
Se le pidió que renunciara a algo, que tomara algo, y que siguiera a Alguien. Estas mismas pruebas se nos presentan hoy a nosotros. ¿Estamos dispuestos a renunciar a las ventajas terrenales, a ocupar un lugar fuera del mundo, tomando la cruz, y a seguir a Cristo –Aquel que sigue siendo despreciado y rechazado?
Este joven “se fue triste”. No se alejó enojado ni con hostilidad hacia Cristo, pero el mundo ejercía mucha fuerza en él. ¿Qué le faltaba? Una cosa: un corazón totalmente consagrado, que tuviera a Cristo como el objeto supremo y central del alma. ¿Estamos nosotros dispuestos a salir a él, fuera del campamento, llevando su vituperio? (véase He. 13:13).