El Señor está cerca: Jueves 17 Septiembre
Jueves
17
Septiembre
¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?
Juan 8:46
El triple testimonio de la impecabilidad de Cristo

Las Escrituras declaran que “por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto” (2 Co. 13:1, comp. Dt. 19:15). La naturaleza sin pecado de nuestro Señor Jesucristo es incuestionable. Sin embargo, para nuestra edificación, las Escrituras registran tres afirmaciones singulares sobre su impecabilidad, pronunciadas por tres apóstoles, cada uno desde una perspectiva distinta en su conocimiento de Cristo.

Pablo, judío de nacimiento y ciudadano romano, fue instruido en la Ley por el renombrado maestro Gamaliel y, según sus propias palabras, llegó a ser “fariseo de fariseos” (Fil. 3:5). Tras su conversión, se retiró por tres años, por así decirlo, para asistir a la «escuela de Cristo». Desde su posición de profunda erudición, comprensión y conocimiento espiritual, Pablo testificó que Cristo “no conoció pecado” (2 Co. 5:21).

Pedro, un pescador galileo, fue llamado por el Señor Jesús con las palabras: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt. 4:19). Él era un hombre de acción. Pedro fue quien dijo: “Señor, no solo [laves] mis pies, sino también las manos y la cabeza” (Jn. 13:9); quien cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote; y también quien negó al Señor. Sin embargo, tras la resurrección y ascensión, Pedro fue el primero en predicar el evangelio en Pentecostés. Con conocimiento de primera mano de las obras de Jesús, y como hombre de acción, pudo decir que Él “no hizo pecado” (1 P. 2:22).

Juan se refería a sí mismo como el discípulo a quien Jesús amaba. Estuvo con Pedro en el monte de la transfiguración, se recostó sobre el pecho del Señor durante la Pascua, y fue testigo cercano, junto con Pedro y Jacobo, de su agonía en Getsemaní. Quizás nadie conoció tan íntimamente al Señor Jesús como Juan. Por eso, escribió: “No hay pecado en él” (1 Jn. 3:5).

¡Cuán admirablemente armoniosos son estos tres testimonios! Juntos declaran con absoluta claridad la santa e impecable naturaleza de nuestro Salvador. No dejan espacio para la duda, sino que nos conducen a una profunda adoración y alabanza.

Brian Prigge