El pan, y aún más, la copa, presentan al Mesías no como vivo en la tierra, sino como Aquel que ha sido rechazado e inmolado. Aquí se nos entrega la verdad central, tal como la registra también Marcos: “Esto es mi cuerpo”, sin que se haga mención en esta ocasión de la entrega (“que por vosotros es dado”); se expone la verdad en su esencia, sin los elementos adicionales que encontramos en otros relatos.
Se enfatiza particularmente la expresión: “Mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada”, porque el rechazo del Mesías por parte de Israel y su muerte abrieron el camino a otros –es decir, los gentiles. Esto era especialmente significativo para Mateo, quien se ocupa de señalar el carácter mesiánico del Rey, así como la responsabilidad de su pueblo. Lucas, por su parte, dice: “Que por vosotros se derrama”, refiriéndose a los creyentes. Mateo añade: “Para remisión de los pecados”, en claro contraste con la sangre del antiguo pacto, que conllevaba una sanción penal. En Éxodo 24, la sangre sellaba el compromiso del pueblo de obedecer la Ley bajo amenaza de muerte; aquí, en cambio, al participar de la copa, los creyentes testifican que sus pecados han sido perdonados y quitados.
El Señor añade: “Os digo que desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre”. Desde ese momento, él se separa del gozo compartido con los suyos, hasta que llegue el reino del Padre. Entonces, con gozo renovado, retomará su comunión con su pueblo terrenal. Ahora nosotros bebemos del símbolo de su sangre con alabanza y gratitud; muy pronto, él beberá con nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre. Hasta entonces, él es el Nazareo celestial (Nm. 6), apartado del gozo terrenal. Y así también nosotros, en espíritu, estamos llamados a compartir su consagración.