El Señor está cerca: Domingo 27 Septiembre
Domingo
27
Septiembre
Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.
Isaías 53:5
Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.
1 Pedro 2:24
Sanados por su herida

Estamos en tierra santa cuando meditamos en los sufrimientos de nuestro bendito Señor. Los hombres, incitados por Satanás, hicieron todo cuanto la maldad de sus corazones les permitía contra el Santo de Dios. Sin embargo, no somos sanados por esos sufrimientos físicos –aunque los sintió intensamente, tanto en su cuerpo como en su santa alma. Los hombres no podían hacer expiación por los pecados mediante lo que le hicieron al Salvador. Solo lograron manifestar las profundidades de su maldad y el odio que albergaban contra el santo Hijo de Dios.

Aquel que no conoció pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros (véase 2 Co. 5:21). Es decir, Dios trató a Jesús como si fuera el pecado mismo. Este pensamiento estaba muy presente en el corazón del Señor cuando, en el huerto de Getsemaní, oró para que, si era posible, pasara de él aquella copa. Como el Santo, no podía tomar a la ligera el ser hecho pecado. Siendo absolutamente puro y separado del mal, tal pensamiento era algo espantoso. Sin embargo, como no había otra manera de cumplir el propósito divino para nuestra salvación, se sometió voluntariamente a la voluntad de Dios.

La palabra “herida” en 1 Pedro 2:24 está en singular, también podría traducirse como “magulladura”. Los términos «marca» o «llaga» no capturan todo el sentido de la palabra, la cual más bien busca expresar las marcas dejadas por la flagelación. Así que podemos decir con propiedad que hemos sido sanados –es decir, limpiados del pecado– por el efecto del juicio divino que cayó sobre nuestro Señor Jesús cuando Dios lo trató como si fuera pecado, y lo castigó como tal.

¡Lo adoraremos y le agradeceremos eternamente por aquellos azotes que soportó por nosotros!

Eugene P. Vedder, Jr.