En Job 1, Dios presenta a Job como un hombre “perfecto y recto”. Satanás, el acusador, replicó que Job solo era fiel porque había sido bendecido y protegido. Desafiando su integridad, afirmó que, si se le privara de todo, maldeciría a Dios en Su misma presencia. Entonces, Dios permitió que Satanás lo despojara de todos sus bienes y de sus hijos, aunque sin tocar su vida. Pero Job permaneció fiel. Más adelante, Dios le permitió incluso afligirlo físicamente con una sarna maligna y dolorosa. Sin embargo, Job siguió siendo fiel. Tres amigos vinieron a consolarlo, pero pronto empezaron a acusarlo, insinuando que su sufrimiento debía ser consecuencia de algún pecado oculto. Según ellos, Dios no permitiría tanto dolor en una persona verdaderamente justa. Job, profundamente afligido, defendió con firmeza su integridad. El debate se intensificó, hasta que los amigos ya no tuvieron más argumentos. Entonces, un hombre más joven, Eliú, intervino en la discusión. Finalmente, Dios mismo interpeló a Job con preguntas que revelan Su grandeza y sabiduría. Entonces, Job se vio a sí mismo a la luz de Dios y se arrepintió de su justicia propia.
¿Qué tan genuino fue su arrepentimiento? Dios puso a prueba a Job una vez más. Le dijo a sus amigos que su ira se había encendido contra ellos, porque no hablaron con rectitud acerca de Él, como sí lo había hecho Job. Ellos debían ofrecer holocaustos, y Job –aquel a quien tanto habían acusado injustamente– iba a orar por ellos. ¿Lo haría? ¿Lo haríamos nosotros si experimentamos algo similar? Job intercedió por sus amigos. Este gesto no solo reveló su obediencia, sino también la autenticidad de su arrepentimiento. Entonces, Dios lo bendijo con el doble de todo lo que había poseído antes, incluso le dio diez hijos más. ¡Satanás no fue quien cumplió su propósito en la vida de Job, sino Dios!