La palabra de Dios vino a Elías diciendo: “Ve, muéstrate a Acab, y yo haré llover sobre la faz de la tierra”. Al principio de los años de sequía, Dios había dicho a Elías: “Apártate de aquí… y escóndete”; ahora, la palabra es: “Ve, muéstrate”. Hay un tiempo para escondernos y un tiempo para mostrarnos; un tiempo para proclamar la palabra de Dios desde los tejados y un tiempo para retirarse aparte, a un lugar desierto, y descansar un poco. Un tiempo para atravesar el país “como desconocidos” y un tiempo para mezclarse a la muchedumbre como “bien conocidos” (2 Co. 6:9).
Tales cambios son la parte común de todos los verdaderos siervos del Señor. Juan el Bautista, a su tiempo estuvo en el desierto como desconocido, hasta el día de su manifestación a Israel como bien conocido; después se retiró de nuevo de la vista pública al verse en presencia de Aquel de quien podía decir: “Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe” (Jn. 3:30).
Esta gracia que sabe cuándo conviene mostrarse y cuándo es necesario retirarse, encuentra su más perfecta expresión en el andar del Señor Jesús. Puede reunir a toda la ciudad ante la puerta del lugar en que mora, como alguien “bien conocido” y, levantándose antes de que despuntara el día, puede retirarse a un lugar desierto “como desconocido” (véase Mr. 1:32-35).
Pero, para que tales cambios en el camino del siervo encuentren una rápida obediencia, es conveniente que este sea humilde y tenga gran confianza en Dios. Esta elevada cualidad de la fe no faltaba en Elías. Sin formular la menor objeción, “fue, pues, Elías a mostrarse a Acab” (v. 2). Su formación en lo secreto lo había preparado para esta ocasión.