Al comienzo de Deuteronomio 16 se presentan tres fiestas solemnes. En cada una, el Señor subraya la importancia de presentarse ante él “en el lugar que él escogiere”. Estas tres fiestas son muy interesantes porque representan tres hitos fundamentales en los caminos de Dios con el hombre.
La primera, la fiesta de la Pascua (o de los Panes sin levadura), conmemora la redención de Israel. Era una ocasión para recordar cómo el Señor los sacó de Egipto. No se menciona el gozo en esta fiesta, sino la orden de comer pan sin levadura, el “pan de aflicción” (v. 3). Ciertamente era un recordatorio de las aflicciones de Israel en Egipto. Sin embargo, para nosotros, es figura de las aflicciones de nuestro Señor, quien clamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Sal. 22:1).
La segunda, la Fiesta de las semanas (Pentecostés), se relaciona con las primicias. Tipológicamente, representa los resultados de la obra de Cristo: la venida del Espíritu Santo y la formación de la Iglesia de Dios.
La tercera, la Fiesta de los tabernáculos, apunta hacia adelante, al reposo de Dios con y para su pueblo. Su cumplimiento en la tierra será en el milenio. Luego, en los cielos nuevos y la tierra nueva, Dios descansará eternamente.
A diferencia de la Pascua, estas dos fiestas se caracterizaban por el regocijo en la presencia del Señor y la presentación de ofrendas voluntarias, “conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado”. Nuestro Dios y Padre ya nos ha dado hoy, por medio de la fe, el privilegio de participar espiritualmente de estas realidades. Por tanto, congreguémonos con gozo ante él y celebremos con gratitud todas las grandes cosas que ha hecho por nosotros.