Este desafío fue pronunciado en muchas ocasiones al pueblo de Dios. Elías planteó lo mismo cuando se enfrentó a Israel y a los ídolos del rey Acab (véase 1 R. 18).
Los líderes religiosos también fueron confrontados por el Señor con esta decisión cuando le preguntaron si era lícito pagar tributo al César. Él dijo: “Dad, pues, a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22:21).
Esto debería hablarnos con claridad. La imagen del César estaba grabada en la moneda, por lo tanto, esa moneda le pertenecía. Pero nosotros, que hemos sido creados a imagen de Dios, ¿le damos a Dios lo que le pertenece?
Quizá el desafío más solemne fue planteado cuando el pueblo tuvo que elegir entre Barrabás y Jesús de Nazaret. ¿Quién era Barrabás? Un ladrón y asesino. ¿Qué significa su nombre? «Bar» significa «hijo de», y «Abba» significa «padre»; así que era hijo de su padre, el diablo (véase Jn. 8:44). ¿Y quién era Jesús de Nazaret? Aquel de quien el pueblo decía: “Bien lo ha hecho todo” (Mr. 7:37), el verdadero Hijo de Dios. Así que la elección es entre el diablo y el Hijo de Dios. ¿A quién elegiremos? El Señor fue claro: “Ninguno puede servir a dos señores… No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt. 6:24).
Santiago escribió: “El hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos” (Stg. 1:8). El Señor Jesús preguntó a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros?” A lo que Pedro respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6:67-68). Tomemos la decisión consciente de servir al Señor con nuestras fuerzas, con nuestro tiempo y con nuestros recursos. ¡Hagámoslo hoy mismo!