Dios debe juzgar el mal, y ciertamente lo hará. Pero antes de derramar su juicio sobre Sodoma, rescató al justo Lot, quien vivía afligido por la vida impía de quienes lo rodeaban. Si Lot hubiera tenido un poco más de discernimiento espiritual y devoción a Dios, se habría mantenido cerca de su piadoso y anciano tío, Abraham. Sin embargo, como muchos otros jóvenes, consideró que podía desenvolverse solo en medio del mundo. ¿Y adónde fue? Primero, “fue poniendo sus tiendas hasta Sodoma” (Gn. 13:12), y posteriormente terminó habitando dentro de la ciudad (véase Gn. 14:12).
Quizás consideró que podría ejercer una influencia positiva en aquella ciudad impía, como muchos creyentes en la actualidad, que intentan, sin éxito, reformar este mundo perverso. No obstante, lo único que logró fue que su alma se viera profundamente afectada por la conducta inmoral de sus vecinos.
Ahora bien, ningún creyente tiene por qué terminar como Lot. Él fue a Sodoma por decisión propia. Nosotros, ciertamente, vivimos en medio de este mundo, pero debemos vivir separados del mal. Y aquí hay una clave para evitar que la impiedad del entorno contamine nuestra alma: estar ocupados con Cristo. Si su mente y su corazón están centrados en él, no habrá espacio para que la suciedad del mundo entre y lo aflija. Vivimos rodeados de una inmensa cantidad de inmundicia moral. Por ello, enfóquese en Cristo, en conversaciones limpias, honestas y edificantes, y descubrirá que la contaminación de este mundo no tendrá poder sobre usted. Quizás esto le traiga persecución. Pero, con el tiempo, comprobará que el mundo no lo molestará demasiado. Si toma una postura firme por Cristo, no pasará mucho antes de que el mundo reaccione. Sin embargo, Jesús dijo: “Confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).