Dios le preguntó a Satanás si, mientras recorría la tierra, había visto a Job, su siervo fiel, y la vida intachable que llevaba. Satanás –a quien el Señor Jesús describe como el padre de mentira y homicida desde el principio– se negó a admitir que alguien podía hacer el bien sin buscar un beneficio personal. Por eso, impugnó la motivación por la que Job servía a Dios, y al hacerlo, acusó implícitamente a Dios de sobornar a su siervo mediante bendiciones materiales. Satanás entonces desafió a Dios, diciendo que si le quitaba todo, Job maldeciría Su nombre en Su misma presencia.
Dios permitió entonces que Satanás tocara todo lo que Job poseía, pero le prohibió hacerle daño a él personalmente. En un solo día, golpe tras golpe cayó sobre Job: perdió sus bienes y a sus hijos. Sin embargo, Job no se apartó de Dios.
Satanás lo intentó nuevamente. Esta vez, Dios le permitió afligir el cuerpo de Job, aunque no le concedió al asesino tocar su vida. Dios seguía estando en completo control. 1 Corintios 10:13 nos asegura: “fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. ¡Cuán agradecidos debemos estar por esto!
Dios conocía el corazón de su siervo. Job soportó un sufrimiento físico insoportable y una aflicción mental profunda, mientras sus amigos lo acusaban injustamente. A través de todo esto, Dios lo sanó de su justicia propia. Y este relato ha servido para exhortar a incontables creyentes desde entonces.