El Señor está cerca: Lunes 28 Septiembre
Lunes
28
Septiembre
Jesús lloró.
Juan 11:35
Cristo, un Salvador lleno de compasión

Las hermanas de Betania estaban desconcertadas y destrozadas por un duelo doloroso. Habían esperado que su Amigo, que las amaba tanto, acudiera rápidamente a socorrerlas y sanara a su hermano cuando le enviaron el mensaje; pero no lo hizo. Parecía, a sus ojos, que él les había fallado en la gran crisis de sus vidas: no había dicho palabra alguna, su hermano había muerto, y ahora yacía dentro de un sepulcro sellado, un cadáver en descomposición. Ellas, por su parte, estaban sentadas en su casa, sumidas en la desesperanza.

Fue entonces cuando Jesús salió a su encuentro. Marta fue la primera en ir hacia él. Se puso en pie y habló, y es justo reconocer que habló bien. Pero cuando el Señor llamó a María, y ella llegó al lugar donde él la esperaba, se postró a sus pies y lloró. Contemplémosla allí, postrada. Veámosla mientras, a través de sus lágrimas, levanta su vista para mirar al Señor. Y he aquí: ¡Él llora! Palabras asombrosas: Jesús lloró.

¡Qué impresión debió causar en su alma al ver esas lágrimas en el rostro de su Señor! ¡Qué hermoso debió parecerle él aquel día! ¡Qué revelación tan profunda de Su corazón fueron aquellas lágrimas! Su compasión debió envolver y consolar su alma herida. ¡Qué intimidad con él produjo aquel dolor! ¿Podría olvidarlo alguna vez? Santos de Dios que están sufriendo: ¡Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos! Él es el mismo para ustedes como lo fue para María.

Poco después, Su voz poderosa irrumpió a través del dominio de la muerte y liberó al cautivo de sus garras. La multitud lo contempló con asombro. Sin embargo, María había aprendido algo más maravilloso que el poder que los asombraba. La compasión de Jesús consoló su alma; ella había descubierto que él era más grande que su dolor y estaba más cerca de ella que su aflicción. Nunca habría sabido cuánto la amaba él, cuán tierno era su corazón, ni cuán sustentadora era su cercanía, si no hubiera atravesado por aquel gran sufrimiento.

J. T. Mawson