Nada es más doloroso para el corazón del creyente –y más dañino para el testimonio del Señor Jesús– que las divisiones entre el pueblo de Dios. En Filipenses 2:3 leemos: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. El apóstol Pablo señala con claridad la raíz de toda envidia y contienda: la vanagloria, es decir, la ambición egoísta y el deseo de exaltarse a uno mismo. Incluso los apóstoles contendieron entre sí, aun estando en la misma presencia del Señor, porque cada uno deseaba ser considerado como el más importante (véase Lc. 22:24). De igual manera, muchas de las divisiones y conflictos actuales entre los creyentes pueden rastrearse hasta esta misma raíz: cada uno queriendo ser grande.
Quien busca ser grande inevitablemente caerá en la envidia. Envidia a quien es considerado más espiritual, más sabio o más dotado que él. Esa envidia engendra malicia, y la malicia pronto da lugar a la contienda. “Si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis, ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra perversa” (Stg. 3:14-16).
Entonces, ¿cómo podemos llegar a ser “de un mismo sentir en el Señor”? El apóstol responde con firmeza: “Con actitud humilde” (Fil. 2:3 NBLA). Esto queda definido en Filipenses 2:5: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús”. Él, siendo Dios, se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, para servir con amor. Su actitud estuvo caracterizada por la humildad, humillándose a sí mismo para servir por amor. El “yo” busca ser servido y cree que gana valor cuando otros lo exaltan. El amor verdadero, en cambio, se deleita en servir.
Si cada uno de nosotros se olvida del “yo”, negándose a buscar reputación o que otros’nos sigan’, y se entrega al servicio de los demás en el amor de Cristo, guiado por Su actitud humilde, entonces será posible ser “de un mismo sentir en el Señor”.