El Señor está cerca: Viernes 18 Septiembre
Viernes
18
Septiembre
¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras! Si los montes se estremecieran ante tu presencia (como el fuego enciende el matorral, como el fuego hace hervir el agua), para dar a conocer tu nombre a tus adversarios, para que ante tu presencia tiemblen las naciones!
Isaías 64:1-2 NBLA
Los efectos de la primera y la segunda venida de Cristo

Esta oración, que expresa un anhelo profundo, ya ha sido respondida en parte, pues Dios descendió de lo más alto del cielo en la persona de su Hijo amado. Su primera venida produjo efectos maravillosos, aunque distintos a los que producirá su manifestación en majestad y gloria en este mundo.

Los montes –símbolo de los gobiernos humanos altivos– fueron moralmente sacudidos por la primera venida de Cristo. Herodes se turbó profundamente al oír hablar del nacimiento del Mesías y procuró matarlo (véase Mt. 2:1-16). Más tarde, otro Herodes intentó humillarlo (véase Lc. 23:11). Pero cuando el Señor Jesús venga a reinar con poder y gloria, todos los montes se estremecerán (es decir, serán abatidos y puestos al mismo nivel), y solo Cristo será exaltado.

La presencia del Señor en el mundo encendió un fuego en muchas almas, un fuego que quemó la maleza de las obras de la carne: el orgullo, la arrogancia, el egoísmo y toda clase de pasiones carnales.

En su segunda venida, este fuego se manifestará aún más plenamente, purificando el mundo entero. El fuego también hace hervir el agua, lo cual nos habla del poder purificador de la presencia del Señor. El agua, símbolo de la Palabra de Dios, al hervir representa su acción viva y purificadora. ¡Qué preciosa aplicación para los creyentes hoy! “En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal. 119:11).

Cuando el Señor venga en gloria, todas las naciones serán conmovidas y temblarán ante su presencia. Pero nuestros corazones se regocijarán.

“Al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Jud. 25).

L. M. Grant