Cuando leemos detenidamente Juan 15, nos damos cuenta que el Señor desea que todo aquel que está unido a él sea productivo. ¿Por qué es tan importante esta productividad?
En primer lugar, porque es una señal de fe auténtica. Algunos cristianos dan fruto, otros dan más fruto, y otros mucho fruto, ¡pero todos deben dar fruto! Este fruto es la evidencia de que pertenecemos a la Vid y el resultado natural de estar unidos a él.
En Mateo 7:15-20, el Señor Jesús habló de conocer a las personas por el fruto que producen; lo mismo es cierto en nuestra vida. La gente reconocerá que estamos unidos al Señor cuando produzcamos el fruto del amor unos a otros (véase Jn. 13:35).
El fruto también es la medida de nuestro andar con el Señor. El apóstol Juan usa la palabra “permanecer” unas cuarenta y tres veces en sus escritos, empleándola como mandato, advertencia e invitación a una relación de amor más profunda. Permanecer significa obedecer, perseverar y mantenerse cerca. Además, dar fruto es el propósito de la formación de Dios en nuestras vidas.
Hebreos 12:5-11 nos recuerda que el Padre disciplina a quien ama. Como el labrador que poda la vid, él corta lo que impide que seamos fructíferos. Y el labrador nunca está más cerca de la rama que cuando la está podando. Cuando el Padre nos poda –es decir, nos disciplina– no es para hacernos daño, ¡sino para hacernos más fructíferos para su gloria!
Por último, dar fruto no solo glorifica al Padre, sino que también impacta a quienes nos rodean. Otros se benefician del dulce fruto de una vida verdaderamente unida a la Vid.