El libro de Lamentaciones se escribió en una de las épocas más oscuras de la historia de Judá. El pueblo de Dios había pecado en repetidas ocasiones. En su misericordia, el Señor permitió que Josías, un niño de ocho años, ascendiera al trono. Ya en su adolescencia, Josías buscaba al Señor. Poco después, Josías supervisó personalmente la destrucción de todo lo relacionado con la idolatría en su reino e incluso más allá. Cuando encontraron una copia del Libro de la Ley entre los escombros del templo y se lo leyeron, Josías se humilló ante el Señor. Los juicios que Dios había advertido debían llegar, pero Él prometió que no ocurrirían durante la vida de Josías.

Sin embargo, Josías, en un acto imprudente, se involucró en una guerra ajena, contraviniendo la voluntad de Dios, y murió a la temprana edad de treinta y nueve años. Tras su muerte, los juicios de Dios pronto cayeron sobre la nación de Judá. Este trágico desenlace llevó al profeta Jeremías a lamentar la muerte de Josías y, posteriormente, a escribir Lamentaciones.

El relato de Josías en 2 Crónicas 34 y 35 nos advierte, como ciudadanos celestiales y embajadores de Cristo, que no nos involucremos en la política de este mundo. Esta forma de actuar solo puede conducir a la tragedia.

Dios no ha llamado a sus santos a tomar parte en las batallas políticas de las naciones, así como tampoco quiso que Josías y Judá se involucraran en el conflicto entre Egipto y Asiria contra Babilonia. Él sigue teniendo el control. Sus misericordias nunca decaen; grande es su fidelidad. ¡Oh, que él sea nuestra porción!