Dios también ha enviado a un Hombre delante de nosotros: a su Hijo amado. En Juan 1:11 leemos: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”. ¡Qué vergonzosa manera de tratarlo! Cristo fue vendido por treinta monedas de plata, el precio de un esclavo (comp. Éx. 21:3). Los sufrimientos de José en la cárcel no pueden compararse con los de Cristo en la cruz. Allí soportó el oprobio amargo y la persecución de aquellos a quienes él mismo había creado. Más aún, sufrió la agonía de ser desamparado por Dios al soportar el terrible juicio por nuestros pecados durante aquellas tres horas de absoluta oscuridad. Verdaderamente, su alma fue puesta “en cadenas” (v. 18 NBLA).

“Hasta la hora que se cumplió su palabra”. Esta expresión dicha acerca de José es aún más cierta respecto a Cristo. ¿Qué dijo el Señor Jesús? “Se cumplirán todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del Hombre. Pues será entregado a los gentiles, y será escarnecido, y afrentado, y escupido. Y después que le hayan azotado, le matarán; mas al tercer día resucitará” (Lc. 18:31-33).

“Envió el rey, y le soltó”. Esta expresión, dicha acerca de José, prefigura la gloriosa resurrección de Cristo de entre los muertos –Dios liberó al Señor Jesús de las ataduras de la muerte.

Y hay más aún. Así como José fue exaltado a una alta posición en Egipto, el Señor Jesús ha sido exaltado y se le ha dado un nombre que es sobre todo nombre. ¡Rindámosle, de todo corazón, el honor y la gloria que su maravilloso nombre merece!