En el sector inmobiliario, las tres reglas más importantes son: «Ubicación, ubicación y ubicación». Sin embargo, la ubicación no lo es todo. Los habitantes de Jericó disfrutaban de una ubicación privilegiada, pero esto tenía poca importancia debido a que sus aguas estaban contaminadas. Los campos eran estériles, los abortos frecuentes y la muerte acechaban la ciudad, todo a causa de estas aguas malas.
Esta historia nos deja una lección valiosa: podemos esforzarnos por alcanzar riqueza, reconocimiento o cualquier otro objetivo en la vida, pero si nuestras almas están llenas de amargura y muerte, nada de eso tendrá valor.
Necesitamos la vasija de sal de Eliseo. La sal, como conservante, combate los efectos de la descomposición. El Señor Jesús les dijo a sus discípulos: “Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros” (Mr. 9:50). Sin embargo, esta sal debe colocarse en una vasija nueva. Así como no se puede remendar una prenda vieja con tela nueva (Mr. 2:21), tampoco podemos pedirle al Señor que nos dé su sal para luego depositarla en vasijas viejas y sucias. La sal del Señor debe llevarse en una vasija nueva: una vida nueva que valore Su perspectiva por encima de la nuestra.
Eliseo llevó la sal directamente a la fuente del manantial. Nuestro problema de «aguas malas» alcanza lo más profundo de nuestro ser; no basta con un simple ajuste superficial. Se necesita un nuevo comienzo, algo que solo Dios puede hacer. Afortunadamente, la vasija de sal de Dios produce resultados duraderos, y su manantial de agua nunca dejará de refrescarnos.