Un período de trescientos años en la vida de este hombre de Dios se resume en estas sencillas palabras: “Enoc caminó con Dios”. ¡Qué gran honor recibió Enoc! En Hebreos 11 aprendemos que “tuvo testimonio de haber agradado a Dios”. ¡Y qué recompensa recibió: no vio la muerte, porque Dios lo llevó al cielo para estar con Él!

¿Fue Enoc el único que caminó con Dios? No, también leemos lo mismo acerca de Noé: “Noé, varón justo, era perfecto en sus generaciones; con Dios caminó Noé” (Gn. 6:9). El deseo de Dios siempre ha sido que los hombres caminen con él. Sin embargo, los resultados para Enoc y Noé fueron muy diferentes. Tenían en común su caminar con Dios, pero sus caminos no fueron idénticos. A veces, cuando admiramos la vida de alguien, quisiéramos imitarla a la perfección. Obviamente, es bueno aprender lecciones buenas, sanas y espirituales de la vida de otros cristianos, pero no debemos desear ser copias de ellos.

Enoc caminó con Dios, y Dios se lo llevó sin ver la muerte. Por otro lado, Noé también caminó con Dios, pero vio más muertes que cualquier otra persona de su tiempo y, al final, él también murió. Noé fue un gran predicador de la justicia, un hombre justo que caminó con Dios, pero Dios no hizo por Noé lo que hizo por Enoc. Y ¿qué decir de Abraham, quien es llamado amigo de Dios? Tuvo que mirar la muerte cara a cara cuando llevó a Isaac al monte Moriah para ofrecerlo en el altar.

Así también nosotros debemos caminar con Dios, pero dejando que Dios sea Dios. Él ha trazado un camino perfecto para cada uno de nosotros.

“En cuanto a Dios, perfecto es su camino y acrisolada la palabra de Jehová… Dios es el que me ciñe de poder, y quien hace perfecto mi camino” (Sal. 18:30, 32).