El concepto de dar fruto fluye a lo largo de toda la Escritura. De hecho, la palabra principal utilizada para «fruto» aparece más de cien veces en el Antiguo Testamento y alrededor de setenta veces en el Nuevo Testamento. Además, la idea de dar fruto está presente en 24 de los 27 libros del Nuevo Testamento. El apóstol Pablo enfatiza su importancia en todos sus escritos, ¡lo que nos muestra cuán fundamental es que el cristiano dé fruto!
Aunque muchos ven Juan 15 solo como una invitación a evangelizar, en realidad el fruto del que habla incluye mucho más. Dar fruto para Cristo no se limita a testificar de él, sino que abarca toda nuestra vida y obra en la tierra. ¡Todo nuestro andar debe ser para la gloria de Dios!
Tito 3:14 establece una conexión clara entre dar fruto y las buenas obras: “Aprendan también los nuestros a ocuparse en buenas obras para los casos de necesidad, para que no sean sin fruto”.
Asimismo, en Gálatas 5:22 leemos acerca del fruto del Espíritu, donde el carácter moral de Cristo se forma en la vida del creyente. Cuando permitimos que Dios obre en nuestros corazones, entonces somos capaces de dar frutos visibles.
Juan 15 describe una progresión clara: no fruto, fruto, más fruto, mucho fruto y fruto que permanece. Como discípulos de Cristo, ¡hemos sido creados para la abundancia! La clave para una vida cristiana fructífera es permanecer en él (v. 5), la clave para permanecer en él es obedecer (v. 10), y la clave para obedecer es amar (vv. 9, 10, 15). Estas tres acciones –permanecer, obedecer y amar– se entrelazan a lo largo de los primeros diecisiete versículos de Juan 15.
Es importante comprender que dar fruto no es algo que hacemos, ¡sino algo que somos! Dar fruto no es cuestión de hacer, ¡sino de ser! No es el resultado de nuestro esfuerzo personal, sino que surge naturalmente cuando disfrutamos de nuestra relación con la Vid y el Labrador: con Cristo y con el Padre.