Querido lector, medite en la terrible intensidad de las palabras “padeció” en Hebreos 2:18. Allí leemos de nuestro Señor: “Él mismo padeció, siendo tentado”. ¿Qué habrá significado para él, que es santo, enfrentarse al maligno, estar cara a cara con el enemigo de su trono y de su universo? Sin embargo, Satanás, el príncipe de este mundo, vino y descubrió que, como dijo nuestro Señor Jesús: “Nada tiene en mí” (Jn. 14:30). Usted debe enfrentarse a este mismo enemigo maligno. Él lo asalta de mil formas insidiosas, adaptando astutamente sus ataques a sus circunstancias, temperamento, estado mental y debilidad dominante. Tiene susurros para el oído de la infancia, y ni siquiera la vejez escapa a sus artimañas. Lo encontrará en la multitud y lo seguirá en su soledad; ¡nunca cesa de acechar!
¿Es usted tan valiente para rechazar a Satanás como lo fue el Señor Jesús? ¿Está listo para responder a cada insinuación engañosa, diciendo: “¡Vete, Satanás!”? Cultive una sensibilidad delicada ante el pecado. Cualquiera que sea su debilidad o pasión dominante, vigílela, sométala, clávela en la cruz del Señor.
La Escritura nos exhorta: “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida. Aparta de ti la perversidad de la boca… Examina la senda de tus pies… No te desvíes a la derecha ni a la izquierda; aparta tu pie del mal” (véase Pr. 4:23-27). Piense de esta forma: ¿Cómo habría actuado Jesús en esta situación? ¿No habría retrocedido ante el más mínimo contacto con el pecado? ¿Me atrevo a deshonrarlo tratando con su enemigo?
Que estas verdades sean siempre nuestra protección contra la tentación.