Hoy en día, tristemente, es común escuchar a predicadores exigiendo el pago del diezmo. Algunos incluso afirman que, como recompensa por su obediencia, Dios hará ricos a quienes den dinero. Como dijo Pablo, tales personas están “enseñando por ganancia deshonesta”, y muchos “toman la piedad como fuente de ganancia” (Tit. 1:11; 1 Ti. 6:5). Dios realmente aborrece cuando se enseñan y practican tales cosas, pues distorsionan las Escrituras.
Cuando se les pidió a los israelitas que dieran generosamente a los pobres, el Señor los animó, prometiéndoles que los bendeciría en todo su trabajo, para que así dieran con un corazón dispuesto. Como su bienestar dependía de su trabajo de la tierra, las bendiciones materiales eran el resultado.
Este principio del reino de Dios también aparece en el Nuevo Testamento dentro del mismo contexto: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará” (2 Co. 9:6). Sin embargo, hay una gran diferencia: ¡nuestras obras son espirituales! No se nos promete un bienestar material, sino la gracia continua de Dios para proveer a todas nuestras necesidades y la seguridad de bendiciones espirituales: “Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra” (2 Co. 9:8); “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús” (Fil. 4:19). Y con ello, Dios también será glorificado (véase 2 Co. 9:12-15).
Cuando administramos fielmente lo que se nos ha confiado, podemos estar seguros de la bendición de Dios para nuestras almas y de su cuidado para nuestras necesidades.