El Señor Jesús les había dado una comisión clara a sus discípulos: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). Semanas después, les reiteró que serían testigos suyos “hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:8). Ahora bien, si ese era el mandato, ¿por qué el Espíritu Santo impidió a Pablo y sus compañeros predicar en Asia y Bitinia?
El Espíritu Santo, que mora en nosotros tras nuestra salvación, desea guiarnos en nuestro caminar y servicio. Gálatas 5 y Romanos 8 nos enseñan la importancia de caminar en el Espíritu y ser guiados por él. En el libro de Hechos, vemos cómo el Espíritu dirige a los siervos del Señor en cada detalle de sus vidas y su servicio, y no solo en aspectos generales. Incluso hoy en día, él desea conducirnos paso a paso y se alegra en nuestra obediencia.
Pablo y sus compañeros recorrieron extensamente la región que hoy conocemos como Turquía, proclamando el evangelio. Su deseo era continuar hacia nuevas provincias, pero el Espíritu Santo tenía un plan diferente. Años más tarde, Pablo ministraría en Éfeso, en la provincia romana de Asia, durante tres años; mientras que Pedro escribiría a los creyentes en Bitinia y otras provincias (véase 1 P. 1:1).
En Troas, el Señor le mostró a Pablo una visión durante la noche: un hombre macedonio le suplicaba: “Pasa a Macedonia y ayúdanos”. Comprendiendo que era la dirección del Señor, Pablo y sus colaboradores se dirigieron inmediatamente hacia allá.