Algunos de nosotros tenemos un equipo deportivo favorito que, temporada tras temporada, parece destinado a perder. Siempre esperamos que «este sea el año», y a veces el equipo comienza bien, despertando grandes esperanzas, solo para terminar en otra amarga decepción. La historia del rey Asa sigue un patrón similar y nos deja una valiosa lección para nuestra vida cristiana (véase 2 Ti. 3:16-17).
Asa reinó durante cuarenta y un años sobre Judá. Aunque comenzó bien, terminó mal, pues al final de su vida dejó de apoyarse en Dios. En sus primeros años, confió plenamente en Dios: eliminó los ídolos de la tierra y fortaleció las defensas de su reino (véase 2 Cr. 14:2-8).
Como suele suceder cuando edificamos y fortalecemos la obra de Dios, el enemigo no tardó en atacar. Un inmenso ejército etíope se levantó contra Judá, y la victoria parecía imposible (v. 9). Sin embargo, en lugar de apoyarse en la fuerza humana, Asa clamó al Señor: “En ti nos apoyamos, y en tu nombre venimos contra este ejército” (v. 11). El resultado fue una victoria rotunda sobre el enemigo (véase vv. 12-15).
Después de esta victoria, un profeta lo exhortó a seguir buscando al Señor, asegurándole: “Hay recompensa para vuestra obra” (véase 2 Cr. 15:1-8). Asa respondió con determinación: buscó a Dios con más fervor e implementó nuevas reformas espirituales (véase 2 Cr. 15:9-19). Este fue un comienzo prometedor para el rey Asa, pues desde temprano recibió lecciones importantes para su vida: confiar en Dios, buscarlo a él y no apoyarse en la fuerza del hombre. Sin embargo, esto último fue justamente en lo que Asa fracasaría, como también nosotros lo hacemos con frecuencia.