El Señor está cerca: Domingo 8 Marzo
Domingo
8
Marzo
Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades; velo, y soy como el pájaro solitario sobre el tejado.
Salmo 102:6-7
El camino solitario del Salvador

Estas palabras describen al Señor Jesús durante su vida en la tierra. Se había vuelto como “un pelícano del desierto” (Sal. 102:6). El pelícano, siendo un ave acuática, no pertenece al desierto, el cual no es su hábitat natural. De manera similar, Jesús estaba acostumbrado a la comunión perfecta y refrescante con su Padre en el cielo, como leemos en Proverbios 8:30: “Con él estaba yo… y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de él en todo tiempo”. Sin embargo, su camino en la tierra fue solitario, transitando por una “tierra seca y árida” (Sal. 63:1). Sus discípulos no podían ofrecerle el consuelo ni la compañía a la que estaba acostumbrado en el cielo.

El Señor también fue como “el búho de las soledades”. Sintió la soledad de un modo que nadie más podría experimentar. Y, además, fue como “un pájaro solitario sobre el tejado” (Sal. 102:7). Mientras que el búho habita naturalmente en lugares desolados, los pájaros son sociables y buscan compañía. Las aves suelen encontrarse juntas en los tejados, sin embargo, aun en ese lugar él estaba totalmente solo.

El Señor Jesús anhelaba la comunión de sus discípulos, pero en la víspera de su crucifixión, ellos dormían mientras él velaba en oración: “Adelantándose un poco, se postró en tierra y oraba… Entonces Jesús vino y los halló durmiendo… Él se fue otra vez y oró… Y vino Jesús de nuevo y los halló durmiendo… Vino por tercera vez, y les dijo: ¿Todavía están durmiendo y descansando?” (véase Mr. 14:35-42 NBLA). Aunque estaban con él físicamente, Jesús estaba completamente solo. No comprendían su angustia ni sus pensamientos. ¡Qué profunda soledad experimentó nuestro Señor!

Sin embargo, quienes lo conocen hoy como su Salvador pueden regocijarse, porque él ha prometido: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt. 28:20). ¡Nunca estamos solos!

L. M. Grant