El Señor está cerca: Viernes 27 Marzo
Viernes
27
Marzo
Gozaos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido… este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado.
Lucas 15:6, 9, 24
La obra de la Trinidad en la salvación

En las tres parábolas de Lucas 15, vemos el anhelo de la divina Trinidad. En la parábola de la oveja perdida, vemos la obra del Hijo; en la de la moneda perdida, la obra del Espíritu Santo; y en la del hijo perdido, el amor del Padre al acoger al pródigo en su hogar.

En la búsqueda de la oveja perdida, vemos al Salvador, el Hijo amado de Dios. Su asombroso viaje comenzó en las alturas de la gloria celestial y culminó en la cruz del Calvario. El Buen Pastor halló a la oveja extraviada y, con gozo, la llevó sobre sus hombros hasta casa, regocijándose en el fruto de sus sufrimientos. Por su poder infinito, cada redimido es guardado hasta el final. Ninguna fuerza puede arrebatar ni al cordero más débil de su mano. Él lleva consigo a cada uno al hogar.

La parábola de la moneda perdida ilustra el meticuloso trabajo del Espíritu Santo en la búsqueda de los perdidos. En esta historia, una mujer encarna la diligente labor de la Iglesia y de cada creyente como instrumentos del Espíritu para alcanzar a las almas. A diferencia de la oveja extraviada en el exterior, la moneda se perdió dentro de la casa, lo que nos recuerda que en el gran conglomerado de la cristiandad –descrito en 2 Timoteo 2:20 como una “casa grande”– coexisten lo precioso y lo vil. Así como algunos se pierden en las tabernas, otros se pierden en los lugares de culto. La oveja perdida representa a los primeros; la moneda perdida, a los segundos.

En la parábola del hijo perdido, contemplamos la gracia del Padre, quien recibe al pecador arrepentido y lo bendice. Esta es la labor del Padre en el maravilloso plan de la salvación. Fue en medio de su miseria, alimentando los cerdos, que el hijo pródigo reflexionó y volvió su pensamiento a la casa paterna y a sus abundantes provisiones. El corazón de nuestro Padre encuentra gozo, tanto presente como eterno, en la obra redentora que su amor ha realizado por pura gracia.

W. W. Fereday