“Fiel es Dios” y “es imposible que Dios mienta” (1 Co. 1:9; He. 6:18). Él siempre cumple su palabra, tal como ha prometido.
A su debido tiempo, Dios le dio a Abraham y Sara el hijo que les había prometido, aunque humanamente parecía imposible. Abraham, en obediencia a Dios, circuncidó a su hijo y lo llamó Isaac, tal como Dios había ordenado. ¡Qué alegría sintió Sara!
Isaac creció, y llegó el día de ser destetado. Para celebrarlo, Abraham realizó un gran banquete. Sin embargo, en medio de la alegría, Sara notó que Ismael, el hijo adolescente de Agar, su sierva egipcia, se burlaba de Isaac. Gálatas 4:29 describe este acto como una persecución. Por esta razón, Sara le exigió a Abraham: “Echa a esta sierva y a su hijo, porque el hijo de esta sierva no ha de heredar con Isaac mi hijo” (Gn. 21:10).
Aún peor fue la oposición que nuestro Señor Jesús enfrentó desde el principio de su vida en la tierra. Para empezar, no había lugar para José y María en la posada de Belén. Más tarde, cuando se encontraban en una casa de Belén, unos sabios de Oriente llegaron para ver y adorar al niño que había nacido como Rey de los judíos (véase Mt. 2:2, 9). Esto despertó el odio y los celos del sanguinario rey Herodes, quien ordenó matar a todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores (Mt. 2:16). A lo largo de su ministerio público, hubo varios intentos para acabar con la vida de Jesús.