Esta era una pregunta muy personal, y solo Isaías podía hacerla, pues él era un profeta enviado por Dios. Por supuesto, Dios conoce exactamente lo que hay en nuestras casas y lo que ocurre en ellas. No hace esta pregunta para obtener información –pues lo sabe todo– sino para despertar nuestras conciencias.
Era evidente que Ezequías se enorgullecía de sus posesiones, las cuales había mostrado sin reservas a los visitantes de Babilonia. Por ello, el Señor le advirtió que, algún día, todo sería llevado a Babilonia y no quedaría nada (v. 17). Asimismo, el Señor nos advierte: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo… Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mt. 6:19-21).
Los bienes que tenemos en nuestros hogares suelen reflejar lo que hay en nuestros corazones. Un amante del arte tendrá hermosas pinturas; un amante de la música, instrumentos musicales y grabaciones; y un amante de la Palabra de Dios evidenciará su amor por ella con una Biblia bien usada en su hogar.
Recordemos las palabras de Deuteronomio 6: “Estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes… y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas” (Dt. 6:6-7, 9).
Esta es una pregunta que cada uno de nosotros debería plantearse: ¿Qué han visto en mi casa? O, más importante aún, ¿qué ve Dios en mi hogar? ¿Se hace evidente que mi casa es un hogar cristiano? ¿Lo que ocurre allí glorifica a Dios? Cuanto más nos acerquemos al Señor Jesús, más notoria será su presencia para quienes nos visiten en nuestro hogar.