¡Qué sabiduría demostró Pablo al dirigirse a los atenienses tras ver el altar al Dios no conocido! En lugar de burlarse o criticar sus creencias religiosas, como solemos hacer nosotros, él les señaló al Señor Jesús, el Dios verdadero. ¡Aprendamos de su ejemplo!

Cuando criticamos la fe o la religión de los demás, en lugar de acercarlos al Señor, los hacemos sentir atacados y perdemos una oportunidad valiosa. Debemos comprender que intentar derribar físicamente un altar, un ídolo o una forma equivocada de congregarse solo logra reforzar esas mismas creencias en sus corazones.

En Juan 6, leemos cómo muchos discípulos abandonaron al Señor tras escuchar cosas difíciles de entender. Entonces, él les preguntó a los doce si también querían irse. Pedro respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn. 6:68). El Señor había cautivado su corazón de tal manera que no había nadie más a quien seguir. Así debería ser para nosotros.

Debemos aprender a predicar y enseñar acerca del Señor Jesucristo, mostrando lo maravilloso y precioso que es. Nuestro mensaje debería impactar los corazones de quienes nos escuchan, como ocurrió con los dos discípulos en el camino a Emaús. El Señor les habló de él mismo, y el resultado fue que sus corazones ardían en su interior (véase Lc 24:13-27).

Nuestra presentación de Cristo debe ser tan atractiva que otros, por su propio deseo, abandonen lo falso para seguirlo a él. Esto fue lo que ocurrió en Éfeso cuando varios se convirtieron al Señor (véase Hch. 19:18-20). Trajeron todas sus antiguas pertenencias religiosas y las quemaron públicamente, demostrando así su cambio de corazón y su nuevo centro de atracción: Cristo.