“Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor”. Muchos cristianos han malinterpretado estas palabras. Algunos enseñan que los creyentes deben esforzarse para obtener la salvación, lo cual es una burda distorsión de esta exhortación. Todo verdadero creyente ya posee la salvación, la cual le ha sido dada por gracia; no necesita trabajar para alcanzarla.
Otros afirman que, aunque la salvación es por gracia, el creyente debe esforzarse, con temor y temblor, para mantenerse salvo y que, si deja de hacerlo, fracasa o peca, podría caer de la gracia y volver a estar perdido. Esto tampoco es bíblico. La Palabra de Dios enseña la seguridad eterna de todos aquellos que han recibido la vida eterna, el don de Dios en Cristo Jesús nuestro Señor. Por lo tanto, esta exhortación no implica que debamos trabajar para conservar nuestra salvación, sino que nuestra vida en Cristo debe reflejarse en frutos visibles.
La salvación debe manifestarse de manera práctica en nuestro diario vivir, glorificando a Cristo. Con temor y temblor, debemos obrar conforme al bendito modelo de Cristo. No se trata de un miedo a perdernos, sino del temor reverente a no andar en verdadera humildad y obediencia. Esta será siempre la mayor preocupación del creyente que camina en el Espíritu.
Hay muchas razones para tomar esta responsabilidad con seriedad, pero ninguna para desanimarnos. Puesto que es Dios quien obra en nosotros, tenemos plena seguridad de éxito. El apóstol, quien había sido un gran consuelo y bendición para los creyentes en Filipos, ahora estaba separado de ellos. Sin embargo, esta ausencia solo los ayudaría a comprender con mayor plenitud el poder de Dios, el cual los estaba llevando a una bendición más plena en él.