La insuficiencia puede ser un obstáculo para cumplir la voluntad del Señor: puede disuadirnos de actuar con fe y obedecer el llamado de Dios. No es pecado sentirse insuficiente, pero podemos pecar de no hacer la voluntad de Dios si no intentamos superar esta actitud. Sin embargo, cuando respondemos de manera adecuada, nuestra insuficiencia puede convertirse en bendición.
Incluso el apóstol Pablo se consideraba indigno, llamándose a sí mismo el primero de los pecadores (véase 1 Ti. 1:15-16). Sin embargo, en lugar de permitir que su pasado lo dominara, usó el reconocimiento de sus limitaciones como un impulso para acercarse más a Dios. Como creyentes, la respuesta correcta es dedicarnos más a la oración y la meditación de la Palabra; así fortaleceremos nuestra confianza en el Señor. Cuando confiamos en nuestras fuerzas nos estamos imponiendo una carga; si nos liberamos de ella, entonces nos sentimos motivados para trabajar en el poder del Espíritu de Dios, quien nos capacita para lograr aquello a lo que hemos sido llamados. Los discípulos habían pasado años con Jesús, pero sus últimas palabras fueron claras respecto a las limitaciones de ellos, pues les dijo que después de haber recibido el poder del Espíritu, ellos debían ser sus testigos en el mundo (véase Hch. 1:4-8). Al igual que ellos, nosotros también somos insuficientes en nosotros mismos.
Sin embargo, nuestra insuficiencia es una oportunidad para que Dios demuestre las grandes cosas que él puede hacer con tan poco. Moisés y David fueron simples pastores, y Gedeón era “el menor” de su casa (Jue. 6:15), y aun así el Señor llevó a cabo hazañas asombrosas a través de ellos. Nuestra insuficiencia puede transformarse en bendición al impulsarnos hacia una relación más estrecha con Dios. Podemos decir como Pablo: “De buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Co. 12:9).