En el griego original, esta frase se traduce literalmente como: “¡Yo soy! No temáis”. Él es Dios: ¡Jesús vive! ¡Y él puede caminar sobre las olas! A veces parece que el azar y los accidentes rigen nuestros asuntos, pero no es así. Él siempre está al mando.
¡Cuántas veces viene a nosotros como lo hizo con los discípulos en aquella atribulada hora de la medianoche (v. 48), cuando menos lo esperamos! Cuando Pablo viajaba en un barco azotado por una tormenta, sin esperanza de salvarse, el ángel de Dios le trajo un mensaje: “No temas” (véase Hch. 27:14-24). Es como si el Señor dijera: «Fui yo quien despertó la tempestad; soy yo quien, cuando esta haya cumplido su propósito, la calmará. Cada ola cumple mi voluntad, cada prueba es mi designio, y todo tendrá un propósito y un fin misericordioso».
«¿Está usted atribulado por la enfermedad? Yo la he enviado. ¿Quizás sufre por la pérdida de un ser querido? Yo lo he llamado a mi presencia. Yo soy el que ha abolido la muerte, y me siento junto a ti para calmar las olas de una vida que se apaga. Y yo soy quien está a punto de traer a mis peregrinos a casa».
Usted seguirá teniendo motivos para alabar a Dios por cada tormenta. Dios adapta su trato a cada persona de manera individual. Para algunos, la vida transcurre en mares tranquilos, sin una sola ola perturbadora, mientras que para otros es un constante ascenso y descenso a las profundidades. Sin embargo, sea cual sea el camino del discípulo, he aquí el gran punto culminante: “Así los guía al puerto que deseaban” (Sal. 107:30).
Deje que su alma fatigada descanse en las palabras reconfortantes del salmista: “Espero en el Señor; en él espera mi alma, y en su palabra tengo mi esperanza” (Sal. 130:5 NBLA).