Esta es una advertencia solemne para todo cristiano que tenga su corazón enfocado en las cosas del mundo. El amor al mundo y el amor del Padre son completamente incompatibles, se oponen entre sí. El mundo rechazó y dio muerte al Hijo de Dios, demostrando así su total enemistad contra Dios. A pesar de que Dios lo resucitó de entre los muertos y lo exaltó a su diestra con gloria y honra –y el Espíritu Santo vino para dar testimonio de su resurrección y su exaltación como Príncipe y Salvador, para arrepentimiento y perdón de pecados– el mundo sigue rechazándolo. Cristo no es parte al mundo; Cristo pertenece al Padre, y el mundo lo ha despreciado y expulsado.
No podemos ignorar que nuestro bendito Señor Jesús sigue siendo rechazado en este mundo. En cualquier lugar –ya sea entre las multitudes ocupadas, en la sociedad, en círculos de moda, o incluso entre los cristianos nominales– cuando se habla de Cristo o de temas relacionados con él, generalmente no se encuentra interés ni respuesta en sus corazones; suelen evitar el tema o guardar silencio. Muchos cristianos profesantes se quedan callados cuando se menciona el nombre de Cristo. En muchas situaciones, ni siquiera se permite hablar de este tema. Cualquier cosa excepto Cristo. Su solo nombre, e incluso el pensar en él, resulta incómodo para muchos.
El mundo, culpable de la sangre de Jesús, continúa su curso como si nada hubiera pasado. Las distracciones cotidianas, como el ajetreo de los negocios, las preocupaciones diarias, los entretenimientos, la música, los espectáculos y todo tipo de diversiones mundanas, son herramientas que el enemigo utiliza para mantener a las personas alejadas de Dios y acallar el grito culposo de su conciencia, hasta que llegue el momento de enfrentar la muerte o el juicio que vendrá sobre esta tierra.