El amanecer de un nuevo año despierta sentimientos especiales en nuestros corazones: esperanza, renovación, anticipación y entusiasmo. Sin embargo, estos sentimientos positivos a menudo se mezclan con las experiencias vividas en el año que termina, lo que puede despertar preocupaciones sobre los retos que enfrentaremos y cierta inquietud ante lo desconocido. Sea cual sea nuestra situación, solemos meditar profundamente cuando un año llega a su fin y otro está por comenzar.
Sin embargo, el cristiano tiene algo mucho más valioso que un simple cambio de calendario: “Las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. El creyente está “en Cristo” y, por tanto, es una nueva creación. El apóstol Pablo no se está refiriéndose aquí a cómo nos sentimos –ya que a veces podemos sentirnos desanimados o la lucha con las “cosas viejas” puede parecer más intensa que nunca. Más bien, está hablando de nuestra nueva condición, la cual está vinculada a una nueva creación mediante la muerte y resurrección de Cristo. Así como Adán fue cabeza de la vieja creación, Cristo, como el Postrer Adán, es cabeza de la nueva creación, y los creyentes estamos unidos a él. Esta verdad va más allá de nuestros sentimientos: es nuestra verdadera identidad. Esperamos ansiosos el día en que moraremos en la gloria de la nueva creación con cuerpos resucitados, cuando las “cosas viejas” habrán quedado definitivamente atrás. Esto sí es algo que merece nuestra esperanza y entusiasmo.
Al comenzar este nuevo año, nuestro principal desafío será vivir de una manera que demuestre que estamos “en Cristo” y que somos verdaderamente una nueva creación. No es una tarea sencilla, ya que la corriente de este mundo está en nuestra contra y la carne aún permanece en nosotros. Sin embargo, Jesucristo es poderoso tanto para salvar como para guardar (véase He. 7:25; Jud. 24). Por todo esto, ¡a él sean la gloria y la majestad!