En hebreo, el Salmo 119, el capítulo más largo de la Biblia, es un hermoso poema sobre la Palabra de Dios y nuestra relación con ella. Como padre o abuelo, si deseo guiar a mis hijos y nietos a caminar con el Señor, necesito aprender y aplicar las enseñanzas de este capítulo en mi propia vida. Como alguien dijo una vez: «El ejemplo es mejor que el precepto». Por eso, es esencial que yo viva de acuerdo con lo que enseño, pues de lo contrario mis palabras tendrán poco valor.
No basta con admirar la belleza de este salmo o leerlo superficialmente. La Palabra de Dios no debe almacenarse como mero conocimiento intelectual en nuestra mente –debemos atesorarla en nuestro corazón, que es donde residen nuestros afectos. ¿No nos llena de gozo escuchar la voz del Señor Jesucristo, nuestro amado Salvador, y de su Dios y Padre, quien se ha convertido en nuestro Dios y Padre desde la resurrección de su Hijo? ¡Él nos habla a través de su Palabra!
Si bien no esperamos que los niños pequeños mediten profundamente en la Palabra de Dios o comprendan completamente su sabiduría divina, es fundamental que nosotros, como adultos, nos deleitemos en lo que Él nos dice en las Escrituras si queremos enseñarles y ayudarles a agradar a Dios. ¡Teniendo en cuenta que a él le encanta hablarnos de su Hijo amado!
¡Vayamos más despacio! No nos dejemos llevar por el ritmo acelerado del mundo que nos rodea. Parafraseando un himno de W. D. Longstaff: