Felipe se acercó al carro del etíope eunuco y le hizo una pregunta muy pertinente. El eunuco admitió que necesitaba ayuda para comprender lo que estaba leyendo. Dios usó a Felipe como instrumento para ayudarlo a entender el pasaje, pero también para llevarlo a conocer al Salvador del que hablaba el profeta Isaías. El eunuco creyó, fue bautizado y continuó su viaje lleno de gozo. ¡Qué valioso cuando alguien puede responder a una pregunta con una respuesta clara de las Escrituras, y a partir de allí presentar la respuesta de Dios a nuestra mayor necesidad: su Hijo, nuestro Salvador!
En Nehemías 8, el pueblo se reunió para escuchar la Palabra de Dios. En aquella época, mucho antes de la invención de la imprenta, las personas no tenían Biblias propias. Por esta razón, una gran multitud se congregó, delante de la Puerta de las Aguas en Jerusalén, para escuchar al sacerdote Esdras leer la ley de Dios.
Leían claramente. Cuando enseñamos a nuestros hijos o predicamos, es esencial enseñar a partir de la Palabra de Dios, pues ningún otro libro es vivo y poderoso como él, más afilado que cualquier espada de dos filos.
Ponían el sentido. La ley había sido escrita por Moisés aproximadamente 900 años antes y el lenguaje, naturalmente, había cambiado con el tiempo. De hecho, nuestras Biblias han sido traducidas de sus idiomas originales (hebreo, arameo y griego) y ha sido necesario llevarlas a nuestros idiomas contemporáneos, sin perder la exactitud del texto bíblico. Debemos explicar el vocabulario de las Escrituras, sus términos y conceptos tanto a niños como a adultos.
De modo que entendiesen la lectura. Felipe hizo lo mismo con el eunuco. Comprender la lectura disipa la confusión, genera alegría, facilita la memorización, ¡y aumenta el deseo de aprender más!