¡Llegará un día glorioso en que todo misterio será revelado y entenderemos que todo ha sido parte de la sabiduría inefable y el amor incomparable de Dios! Aunque ahora sus caminos puedan desconcertarnos, cuando llegue aquella mañana sin nubes, no habrá sombra alguna: todo será perfectamente claro. ¡Permanezcamos tranquilos! Las obras de nuestro Padre celestial pueden parecer difíciles de entender ahora, pero se acerca el momento en que todo será revelado. Es como un niño que confía en las palabras de su padre y, al crecer, comprende lo que antes no entendía. En esta vida somos como niños, mientras que en la eternidad el alma alcanzará un estado permanente de madurez (véase 1 Co. 13:9-12). Allí, en la eternidad, ¡comprenderemos completamente cada acto de Dios!

¡Cuántas veces, en vez de actuar con madurez, nos preocupamos por cosas que están más allá de nuestro entendimiento! A menudo no nos basta con confiar en que nuestro Padre sabe lo que hace, sino que queremos entender todos los detalles.

Pensemos: si consideramos injusto juzgar una obra de arte antes de que esté terminada, ¡cuánto más inadecuado es juzgar la obra de Dios antes de tiempo! Lo que debemos hacer es confiar en él con sencillez, someternos a su voluntad y esperar con paciencia hasta que él mismo nos muestre sus razones y cumpla sus promesas.

Nuestro Señor puede hacer cosas que, ante la ceguera de nuestro corazón, quisiéramos deshacer –“cosas terribles cuales nunca esperábamos” (Is. 64:3). Sin embargo, aquello que hoy nos parece una carga pesada, más adelante lo veremos como una muestra de su amor infinito e inmutable. La eternidad revelará que todo lo que sucedió era necesario y que nada menos hubiera sido suficiente.

“Toda su obra es hecha con fidelidad” (Sal. 33:4).