Hebreos 12:5-11 contiene una de las enseñanzas más importantes en las Escrituras acerca de la disciplina de Dios. Este pasaje nos enseña dos cosas: Dios disciplina a los suyos porque los ama, y la disciplina es una prueba de que son suyos (v. 6, 8).
El escritor de la carta hace una comparación entre la disciplina de nuestros padres terrenales con la de nuestro Padre celestial (v. 9). Mientras nuestros padres nos corregían “por pocos días” y “como a ellos les parecía” (v. 10), sus objetivos solían ser más básicos, como lograr que les mostráramos respeto. Es posible que algunos hayamos tenido padres que nos disciplinaron de manera imperfecta, movidos por el enojo, frustración o falta de paciencia. Sin embargo, ¡la disciplina de nuestro Padre celestial es diferente! Él siempre lo hace “para lo que nos es provechoso”, y su disciplina siempre será correctiva, nunca punitiva, para que “participemos de su santidad”. ¡Su objetivo es que seamos semejantes a él!
Mientras que en las familias terrenales la disciplina suele comenzar a temprana edad y disminuir con el tiempo, vemos lo contrario en la disciplina de Dios hacia sus hijos. En Hebreos 12, el Espíritu Santo utiliza la palabra “hijos” seis veces, evitando términos como infante o niño. Esto es significativo porque la disciplina de Dios aumenta a medida que maduramos espiritualmente, mientras que en nuestras familias terrenales disminuye con la edad. Cuando los problemas aumentan en nuestra vida, podría ser una señal de que estamos madurando espiritualmente. La disciplina en sí demuestra que no somos ilegítimos sino hijos de Dios (v. 8).
Un padre solo disciplina a sus hijos, no a los hijos de otras personas, siendo esto una señal de que son suyos. ¿Está usted atravesando dificultades? Recuerde que nuestro Padre nunca hará que derramemos una lágrima innecesaria.