Este pasaje contiene dos aspectos fundamentales que son la clave de toda la Epístola a los Hebreos: primero, la purificación de los pecados, y segundo, un sacerdote sentado a la diestra de la Majestad en las alturas. Estas dos verdades magníficas muestran un fuerte contraste con el sistema levítico, donde los pecados nunca se purificaban y donde ni Aarón ni sus descendientes podían sentarse. Por esta razón, la Epístola desarrolla estas dos verdades centrales para mostrar la diferencia entre Aarón y Cristo, así como entre los sacrificios repetitivos e ineficaces de animales y el único y perfecto sacrificio de Cristo.
El capítulo ocho resume esta idea central: “Ahora bien, el punto principal de lo que venimos diciendo es que tenemos tal sumo sacerdote, el cual se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos” (He. 8:1). Luego, en el capítulo 10, se conectan los dos temas principales: “Todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados; pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios, de ahí en adelante esperando hasta que sus enemigos sean puestos por estrado de sus pies; porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (He. 10:11-14).
¡Qué grande y majestuoso es nuestro Señor Jesús, quien pudo llevar a cabo la purificación de nuestros pecados y sentarse a la diestra de Dios! Todo esto lo realizó tanto para dar gloria a Dios como para nuestra bendición eterna. Estas palabras nos llenan de seguridad y confianza: “Pero ahora, en la consumación de los siglos, se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado… así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (He. 9:26, 28).