Cuando el rey David estaba sumido en una gran aflicción, exclamó: “¡Quién me diese alas como de paloma! Volaría yo, y descansaría”. Esta aflicción era consecuencia directa de su propio pecado: Dios lo estaba disciplinando, y él deseaba escapar de la tempestad como una paloma en vuelo. Esta reacción es comprensible y natural. Cuando los padres disciplinan a sus hijos, a estos frecuentemente les cuesta aceptar y sobrellevar la disciplina. Como creyentes, solemos reaccionar de la misma manera.
La Epístola a los Hebreos nos dice que la disciplina no es algo placentero, sino que causa tristeza (véase He. 12:11). Cuando nos encontramos en medio de pruebas y dificultades en nuestra vida, nuestra inclinación natural es querer escapar de ellas. Sin embargo, el escritor de la Epístola utiliza una palabra significativa para mostrarnos que, en lugar de huir, debemos “soportar” (He. 12:7). Esta palabra en griego es hupomeno, que se compone de dos términos: hupo que significa «estar debajo» y meno que significa «permanecer». Unidos forman el concepto de permanecer debajo. Cuando aceptamos la disciplina de Dios en nuestras vidas, soportándola sin tratar de eludirla, esta cumple su propósito en nosotros. Aunque a veces tendamos a despreciarla o a desfallecer a causa de ella, se nos exhorta a levantar las manos caídas (véase He. 12:12).
La disciplina de Dios en nuestras vidas produce el fruto de justicia, aunque el proceso pueda ser doloroso para quienes son ejercitados por ella. Es interesante considerar que el término ejercitados tiene la misma raíz que la palabra gimnasio en nuestro lenguaje actual. Así como en el ejercicio físico se suele decir que «sin dolor no hay ganancia», esta idea también podemos aplicarla a la disciplina de Dios mencionada en Hebreos 12: el dolor traerá ganancia espiritual. Por tanto, permanezcamos bajo la mano misericordiosa de nuestro Padre.