Cuando Dios estableció el año de remisión, él presentó un pensamiento interesante. Él indica que esta remisión debía realizarse con el propósito de que no haya “menesteroso entre ustedes”. En otras palabras, el deseo de Dios era que no existieran personas necesitadas en su pueblo. Para esto, Dios les concedió una tierra abundante en recursos naturales (véase Dt. 8:7-11). Sin embargo, a pesar de todos estos cuidados y bendiciones divinas, había personas pobres. ¿Por qué sucedía esto si cada persona había recibido su parte de la tierra? La respuesta está en que era necesario trabajar con diligencia para aprovechar bien estos recursos. “La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece” (Pr. 10:4).
La aplicación moral para nosotros es evidente. Dios nos ha bendecido “con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo” (Ef. 1:3). Además, el Espíritu Santo vive en cada creyente y nos da la capacidad de comprender las cosas que Dios nos ha concedido (véase 1 Co. 2:12). Cristo también ha dado dones a su Iglesia (véase Ef. 4:7-16). Sin embargo, a pesar de todo este cuidado divino, ¿por qué encontramos personas con necesidades espirituales entre los creyentes?
Esta pobreza puede tener diferentes causas. Puede surgir debido a caminar según la carne, o por falta de conocimiento o comprensión escrituraria. Cuando esto sucede, el Espíritu Santo es contristado u obstaculizado en su labor de transmitir las bendiciones del Señor al alma. Por otro lado, también puede deberse a una “mano negligente”, es decir, un descuido en estar ocupados con la Persona de Cristo. Por tanto, es importante que nos dediquemos a Cristo, enriqueciéndonos con él y compartamos sus bendiciones con los demás. De esta manera, se cumplirá el plan de Dios para su pueblo: “No habrá menesteroso entre ustedes”.